martes, 9 de octubre de 2012

La autoridad se conquista mereciéndola

La autoridad puede depender mucho del temperamento, de la forma de ser de cada uno. No obstante, puede adquirirse, mejorarse o perderse conforme a normas seguras que conviene conocer.

Cuando a un padre o a una madre, o a un profesor, no le obedecen –en condiciones normales, claro está--, la falta no está de ordinario en los chicos, sino en quien manda. Repetir órdenes sin resultado, intervenir constantemente, mostrar aire dubitativo o falta de convicción e inseguridad en lo que se dice, son las causas más habituales de la pérdida de autoridad.

No ha de confundirse autoridad con autoritarismo. La dictadura familiar requiere poco talento, pero es mala estrategia. Ser autoritario no otorga autoridad. Hay quien piensa que el éxito está en que jamás le rechisten una orden. Pero eso es confundir la sumisión absoluta de los hijos con lo que es verdadera autoridad; no saber distinguir entre poder y autoridad.

El poder se recibe, la autoridad hay que ganarla en buena lid: se conquista mereciéndola.

Mandar es fácil. Conseguir ser obedecido, ya no tanto. Y lo que exige un auténtico arte es conseguir que los hijos obedezcan en un clima de libertad.

En edades tempranas era más fácil, pero con el tiempo las cosas se van haciendo difíciles, hay una mayor contestación, el chico se rebela con más fuerza ante lo que no entiende. Esto llega con la adolescencia, o antes; a veces, con motivo de la adolescencia de un hermano mayor; y en cualquier caso, antes que en otras generaciones.

Si los padres hasta entonces han abusado de la imposición, el fracaso educativo se puede casi asegurar.

El chico tiene ahora diez o doce años. Ya no es una criatura que obedece "porque sí". Dentro de poco será un hombrecito biológica y psicológicamente independiente.

Prepáralo para que pueda elegir libremente lo mejor.

No tengas miedo a la libertad. Enséñale a pensar y a decidir. Educar en la libertad es difícil, pero es lo más necesario. Porque hay padres que, por afanes de libertad, no educan; y otros que, por afanes educativos, no respetan la libertad. Y ambos extremos son igualmente equivocados.



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