lunes, 26 de noviembre de 2012

Las familias de la Tele

Hay series de televisión que se ven en familia. Todos juntitos, alrededor de la mesa de camilla y del ventilador, esperando con ilusión para saber qué nos cuentan esta vez "Ana y los 7", "Los Serrano", "Aquí no hay quien viva"...

La familia que ve las series de TV unida... ¿permanecerá unida?

La imagen que nos quieren trasmitir sobre la familia las productoras de televisión está bastante adulterada. No hay que olvidar que sus intereses son exclusivamente crematísticos. Por eso, nos encontramos con unos programas golosos, con un cierto sentido del humor y unos personajes muy trabajados. Los guiones son sencillos de seguir, con muchos paralelismos basados en tópicos y muy similares entre el resto de las series.

Precisamente, lo que nos muestran a través de la pequeña pantalla son familias rotas, infidelidades constantes desde los quince años, historias histéricas con los sentimientos a flor de piel, de ellas y de ellos. Adolescentes revolucionarios con metas vitales vacías. Quinceañeras sin pudor excesivamente fáciles como para ser mujeres de provecho. Esos son los modelos que ya se ven en la calle entre los jóvenes de estas edades. De la tele a la calle hay menos espacio del que parece.

El modelo de matrimonio es una viñeta de cómic. Ambos se aguantan pero ninguno se ama. Parece como si cada marido y cada esposa de la serie dijera con sus caras: "vaya tela lo que me ha tocado". Todo esto entra por ósmosis.

En un ambiente así, en el que la falta de intimidad y la banalización de los temas humanos más serios se convierten en el secreto del éxito, es difícil encontrar una virtud cabalgando por el guión. Los modelos que se nos ofrecen son tan falsos, tan superficiales y tan... bobos, que, sencillamente, no merecen la pena.

Ir contracorriente es también gobernar el mando y elegir lo que se ve en familia sin miedo a ser los únicos españoles del mundo que no seguimos las desventuras de Ana Obregón.

martes, 13 de noviembre de 2012

Una visita al oculista

Imagínate que padeces un serio problema de visión y decides acudir a la consulta del oculista.

El médico, después de escuchar brevemente tu explicación del problema, saca del bolsillo sus gafas y te las entrega mientras dice con gesto solemne:

- "Póngase usted estas gafas. Yo las he usado durante diez años y me han ido estupendamente."

Tú pones una cara de asombro mayúsculo, y el oculista, sin pestañear, añade:

- "No se preocupe, tengo otras en casa, puede usted quedarse con éstas".

Con un escepticismo difícil de superar, te pruebas esas gafas y, como era de prever, ves aún peor que antes, y te quejas:

- "Por favor, ¿cómo me van a servir sus gafas a mí? Veo todo borroso".

- "Oiga, haga el favor de poner más empeño", responde con gravedad el oculista.

- "Ya lo pongo, pero no veo nada", contestas ya al borde de la ira.

El oculista insiste:

- "Sea usted más paciente y colabore, por favor. Tienen que servirle. A mí me han ido muy bien todos estos años".

Finalmente te vas de allí, escandalizado ante semejante ineptitud, y el oculista por llamarle de alguna manera se queda pensando:

- "Hay que ver, qué hombre más ingrato. No he logrado que me comprenda. Yo sólo pretendía ayudarle y... ¡cómo se ha puesto!".

Lo que este ejemplo pretende resaltar es que muchas veces, cuando damos un consejo a alguien, nos está pasando algo bastante parecido a lo que sucedía a ese oculista. Nos sentimos frustrados porque una determinada persona no nos comprende, o porque rechaza nuestros consejos, y quizá nos quejamos de que no pone interés en escucharnos. Y en realidad el problema no es que a esa persona le falte interés, o le falten entendederas, sino que nosotros estamos equivocando el planteamiento, y esa persona no entiende lo que le decimos porque no hemos logrado antes comprender nosotros cuál es su verdadero problema: le estamos recomendando con vehemencia usar unas gafas que a nosotros nos van bien, pero a él probablemente no. Tenemos que diagnosticar antes qué gafas necesita.

martes, 6 de noviembre de 2012

Carta de un hijo a todos los padres del mundo

Queridos papá y mamá:

No me des todo lo que pido. A veces, sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.

No me grites. Te respeto menos cuando lo haces, y me enseñas a gritar a mí también. Y yo no quiero hacerlo.

No me des siempre órdenes. Si, en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.

Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo.

No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o mi hermana. Si tú me haces sentirme mejor que los demás, alguien va a sufrir, y si me haces sentirme peor que los demás, seré yo quien sufra.

No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa decisión.

Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, yo nunca podré aprender.

No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti, aunque sea para sacarte de un apuro. Me haces sentirme mal y perder la fe en lo que me dices.

Cuando yo hago algo malo, no me exijas que te diga por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo sé. Cuando estés equivocado en algo, admítelo, y crecerá la opinión que yo tengo de ti, y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones también.

Trátame con la misma amabilidad y cordialidad con que tratas a tus amigos. Porque seamos familia no quiere decir que no podamos ser amigos también.

No me digas que haga una cosa y tú no la haces. Yo aprenderé siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.

Enséñame a amar y a conocer a Dios. Aunque en el colegio me quieren enseñar, de nada vale si veo que tú ni conoces ni amas a Dios.

Cuando te cuente un problema mío, no me digas: "No tengo tiempo para bobadas", o "Eso no tiene importancia". Trata de comprenderme y ayudarme.

lunes, 29 de octubre de 2012

Un poco de comportamiento social


Hay personas cuya torpeza en sus relaciones humanas proviene, simplemente, de haber recibido una escasa educación en todo lo referente a las normas de comportamiento social. Cuando advierten esas carencias, puede invadirles un considerable miedo a no saber manejarse con soltura o a cometer errores que les parecen extraordinariamente ridículos. En cualquier caso, la única solución asequible es esforzarse por cultivar cuestiones básicas para la buena convivencia diaria. Por ejemplo, aprender a:

- iniciar o mantener con soltura una conversación circunstancial, para no ser de esos que a las dos palabras tienen que despedirse con cualquier pretexto, porque apenas tienen conversación y no saben qué más decir.

- mostrar interés por lo que nos dicen, y hablar sin apartar la mirada;

- saber decir que no, o dar por terminada una conversación o una llamada telefónica que se alarga demasiado;

- darse cuenta de que el interlocutor lleva tiempo emitiendo discretas señales de su deseo de cambiar de tema, o de terminar la conversación o la visita;

- no invadir el espacio personal de los demás (no acercarse físicamente demasiado al hablar; no entrar en temas o lugares que requieren andarse con mucha más prudencia y respeto; evitar preguntas molestas o inoportunas; etc.);

- no emplear tono paternalista, o de reconvención inoportuna, de hostilidad o de superioridad (todos ellos despiertan incomodidad o actitud de defensa en el interlocutor);

- pedir perdón cuando sea necesario, dar las gracias, pedir las cosas por favor, etc. (es más importante de lo que parece).

Se trata de reconocer los mensajes emocionales que emiten los demás, y también de acertar en los que emitimos nosotros. Ambas sensibilidades suelen estar muy relacionadas, y ambas son muy importantes. A veces, por ejemplo, una simple expresión facial inoportuna o desafortunada, o un comentario o un tono de voz que se interprete de forma negativa, pueden hacer que los demás reaccionen de forma distinta a lo que esperábamos, y nos sentiremos frustrados ante esos efectos indeseados de nuestro comportamiento. Por eso resulta decisivo aprender a situarse en relación a cada persona, sabiendo que cada uno puede tener una forma de ser muy distinta a la nuestra.

No basta con tratar a los demás

como queremos que nos traten a nosotros,

hay que tratarles como querríamos que nos trataran si fuéramos como ellos.

martes, 16 de octubre de 2012

La Historia de Nacho

Nacho era un chico de doce años, inteligente y buen muchacho, a quien tuve oportunidad de tratar más de cerca en un campamento, durante las vacaciones escolares. En este régimen de vida queda muy de manifiesto la forma de ser de cada uno, y Nacho enseguida se reveló como personaje caprichoso, que se enfadaba continuamente en el deporte y en los juegos, no quería ayudar a recoger las mesas, resultaba bastante antipático a sus compañeros, se las arreglaba para hacer siempre lo menos posible...; en fin, un desastre.

En contra de lo que pudiera pensarse, sus padres eran excelentes personas. Hablé con ellos. Me decían: "Mira, Nacho es un chico excelente, con muy buenos sentimientos, está lleno de valores positivos por dentro. Por el corazón te lo ganas siempre que quieras...".

Al hablarles, con enorme delicadeza, de lo que en el campamento se había visto, se mostraron contrariados y apenas admitían que tuviera ninguno de esos defectos que tan patentes resultaban. La defensa que hacían de sus supuestas virtudes era demasiado vehemente. Ver lo positivo de un hijo es algo natural, y bueno, pero se trataba de encontrar el modo de ayudarle, y estaban poco abiertos a admitir nada distinto de lo que ellos pensaban.

Al final bajamos al detalle de cómo actuaba en casa. Fueron saliendo cuestiones concretas muy reveladoras. Por ejemplo:

• Habitualmente era papá quien ponía la mesa mientras Nacho veía la televisión.

• Era mamá quien dejaba la plancha para acercarse a abrir la puerta porque el chico estaba muy atareado con sus juegos en el ordenador.

• Suspendía habitualmente varias asignaturas, pero achacaban esos resultados a injusticias de los profesores y a la mala suerte.

• Comía a su capricho, y con pocas excepciones.

• Cuando llegaba a casa dejaba todo tirado. Para recogerlo estaba la atenta solicitud materna.

• Ellos casi siempre cedían sin apenas resistencia.

• Tanto papá como mamá le hacían frecuentes consideraciones sobre su reprobable actitud, pero –insistían "no podemos forzar al chico, tiene que salir de él".

Es preciso dar ejemplo a los chicos, motivarles y hacer nacer en ellos ideas positivas, sí. Pero eso no equivale a consentirles todo mientras se espera la llegada de esas iniciativas. No se trata de introducir en la casa una disciplina militar, pero no es formativo que de modo habitual no ayude en nada, que nunca pueda hacer pequeños recados, o darle siempre la razón, o permitir que haga siempre lo que le dé la gana. Tan equivocado es ser excesivamente severos como excesivamente tolerantes.

Es mejor plantear esa batalla en términos positivos: que sea él mismo –que bien puede ya a esta edad – quien se haga la cama, se cepille los zapatos, ayude a poner o quitar la mesa, pase el aspirador por su habitación, ordene su armario, o trabajos por el estilo. Son cosas que influyen mucho en la consolidación de un buen carácter y que repercuten siempre de modo favorable en el ambiente familiar.

martes, 9 de octubre de 2012

La autoridad se conquista mereciéndola

La autoridad puede depender mucho del temperamento, de la forma de ser de cada uno. No obstante, puede adquirirse, mejorarse o perderse conforme a normas seguras que conviene conocer.

Cuando a un padre o a una madre, o a un profesor, no le obedecen –en condiciones normales, claro está--, la falta no está de ordinario en los chicos, sino en quien manda. Repetir órdenes sin resultado, intervenir constantemente, mostrar aire dubitativo o falta de convicción e inseguridad en lo que se dice, son las causas más habituales de la pérdida de autoridad.

No ha de confundirse autoridad con autoritarismo. La dictadura familiar requiere poco talento, pero es mala estrategia. Ser autoritario no otorga autoridad. Hay quien piensa que el éxito está en que jamás le rechisten una orden. Pero eso es confundir la sumisión absoluta de los hijos con lo que es verdadera autoridad; no saber distinguir entre poder y autoridad.

El poder se recibe, la autoridad hay que ganarla en buena lid: se conquista mereciéndola.

Mandar es fácil. Conseguir ser obedecido, ya no tanto. Y lo que exige un auténtico arte es conseguir que los hijos obedezcan en un clima de libertad.

En edades tempranas era más fácil, pero con el tiempo las cosas se van haciendo difíciles, hay una mayor contestación, el chico se rebela con más fuerza ante lo que no entiende. Esto llega con la adolescencia, o antes; a veces, con motivo de la adolescencia de un hermano mayor; y en cualquier caso, antes que en otras generaciones.

Si los padres hasta entonces han abusado de la imposición, el fracaso educativo se puede casi asegurar.

El chico tiene ahora diez o doce años. Ya no es una criatura que obedece "porque sí". Dentro de poco será un hombrecito biológica y psicológicamente independiente.

Prepáralo para que pueda elegir libremente lo mejor.

No tengas miedo a la libertad. Enséñale a pensar y a decidir. Educar en la libertad es difícil, pero es lo más necesario. Porque hay padres que, por afanes de libertad, no educan; y otros que, por afanes educativos, no respetan la libertad. Y ambos extremos son igualmente equivocados.



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martes, 2 de octubre de 2012

Señores de sí mismo

Combatir contra uno mismo es la batalla más difícil y, junto a ello, vencerse a sí mismo es la victoria más importante. A la inteligencia corresponde regir la conducta humana, y esto constituye una pelea diaria contra todo lo que en nuestra vida debe mejorar.

Debemos otorgar a la inteligencia y a la voluntad, ese señorío sobre los actos todos de nuestra vida. Repasemos, como antes, unos cuantos detalles prácticos sobre ese señorío personal, aplicables al chico de esta edad.

Serenidad y equilibrio. Tiene múltiples manifestaciones en la vida diaria. Que sepa mantener la atención en varios frentes sin aturdirse. Que sea capaz de tener dos cosas a la vez en la cabeza. Que no se enfade y patalee cuando no le salen las cosas, o si sufre un pequeño contratiempo. Que no pierda la cabeza por cualquier tontería.

Paciencia. Que aprenda a esperar, a dar tiempo al tiempo. Como siempre, además, suelen ser precisamente los más impacientes y los que más exigen a los demás, quienes luego más transigen consigo mismo y con más facilidad justifican todo lo que hacen, incluso aquello que verían mal si lo hicieran otros.

Elegancia ante el fracaso o el triunfo. Que no sea de ésos que se les suben a la cabeza los primeros éxitos, y se hunden luego al mínimo contratiempo. Si se viene abajo lo que está haciendo, que vuelva a empezar sin nerviosismos. Que conserve la calma cuando todo va mal y los demás pierden los papeles.

Nobleza. Lealtad. Señorío ante el agravio. Que sea leal con sus amigos. Que mantenga su palabra. Que no recurra al insulto o a la venganza ante lo que le afrenta. Que aprenda a defenderse del agresor sin entrar en su juego de injurias y de mentiras. Ha de evitar la murmuración, que tiene unos efectos demoledores en cualquier ambiente, y más en el familiar.

Acostumbrarse a hablar bien de los demás, en cambio, es una costumbre muy recomendable. Todavía recuerdo con emoción el funeral de aquel viejo amigo, excelente profesional fallecido en accidente de tráfico; al terminar, uno de sus compañeros comentó: "Mira, le tenía una gran estima porque sabía hablar bien de la gente; llevo dieciocho años trabajando a su lado y jamás le he oído murmurar de nadie".

Rechazo de la envidia. A muchos chicos les viene la tristeza por las rendijas de la envidia, porque se alegran de los fracasos de los demás y en absoluto sufren con sus dolores o preocupaciones. No les sucedería así si cortaran de raíz cualquier asomo de desazón o de celos por esta causa. Hay que alentar en ellos un espíritu noble y generoso que les lleve a gozarse de las alegrías ajenas.

Borrar el resentimiento. Otro de los peligros de ese mundo interior enrarecido de que hablamos es que sirve de caldo de cultivo de agravios y rencores de todo tipo. Se crea así un ambiente cerrado donde a veces sólo se mantiene el recuerdo de las afrentas y de los desplantes. Hay que enseñarle a perdonar y a olvidar, que son llaves de entrada a esa preciada paz interior.



lunes, 14 de mayo de 2012

¿Le pongo un profesor particular?

"Si se acostumbra a trabajar con un profesor particular corremos el riesgo de que se relaje en el colegio y hay que saber que toda ayuda innecesaria es una limitación para nuestro hijo".

         En ocasiones, para mejorar las calificaciones de un hijo nuestro, nos hemos planteado la posibilidad de ponerle un profesor particular, pero ¿de verdad le hace falta?, ¿y si le encerramos en su habitación con los libros y sin distracciones hasta que saque todo sobresalientes?, ¿un profesor particular para todas las asignaturas?, ¿para todo el año?, ¿todas las tardes?, ¿puede ser su hermano mayor?, ¿no es mejor una academia?... muchas son las preguntas que surgen. Desde la redacción del Drakkar sugerimos algunas respuestas:

Nuestro hijo necesita un profesor particular…

1. Cuando hay falta de base, para que ayude al estudiante a afianzar conceptos de cursos anteriores que todavía no ha superado.

2. Cuando faltan recursos pedagógicos, para que le enseñe técnicas de estudio o cómo utilizarlas adecuadamente para sacar mayor rendimiento al tiempo de estudio.

3. Cuando falta capacidad para abordar determinada materia, necesitaremos le refuerce conocimientos teóricos y prácticos con el fin de superar las dificultades.

¿Y qué requisitos deben reunir una buena clase particular? 

1. Que ayude a nuestro hijo en la dificultad que tenga (enseñarle a estudiar, una asignatura concreta, etc) pero que evite ser el profesor que le ayuda a todo.

2. Como medio extraordinario que es, un profesor particular debe estar contratado el tiempo suficiente para que nuestro hijo logre ser autónomo en sus estudios. Si se acostumbre a trabajar con un profesor particular corremos el riesgo de que se relaje en el colegio y ya se sabe que toda ayuda innecesaria es una limitación.

3. Aunque dispongamos de tiempo y capacidad, o profesionalmente nos a la educación, nunca debemos convertirnos en los profesores de nuestros hijos. Nuestro rol es de padres y es de lo que debemos de ejercer en la familia.

4. El profesor no sustituye es esfuerzo personal. Hay que procurar que nuestro hijo tenga preparadas las dudas antes de la clase, que antes se haya enfrentado con los problemas y después el profesor le corrija, le ayude a llegar a la solución o que le felicite.

5. Por último es fundamental mantener una buena comunicación con el profesor para saber en que avanza y en que debe mejorar.

lunes, 7 de mayo de 2012

¿Le dejo ir este verano al extranjero?

Algunos padres piensan que la adolescencia es la peor edad para enviar a su hijo al extranjero a estudiar un segundo idioma. Otros en cambio opinan, que a esta edad es la más apropiada para aprovechar todas sus capacidades. Sin embargo tienes que mirar a tu hijo y pensar cuál es su grado de madurez, personalidad y responsabilidad, para no tirar el curso por la borda y lo que es peor, que no regrese a casa "totalmente cambiado".

 

            Una vez conscientes de que, para no equivocarse o errar, en la toma de este tipo de decisiones hay que mirar a vuestro hijo: su madurez, personalidad y responsabilidad, os puede ser útil este breve cuestionario acerca de ciertas carencias que la experiencia dicta como necesarias de colmar, antes de enviar a vuestro hijo al extranjero. 

 

            1. Si en ocasiones os engaña o no es valiente para contarnos la verdad de algunos de sus actos. Será probable que no os cuente toda la verdad de lo que ocurre en el extranjero. ¡Esto que me ha pasado –pensará- no se lo cuento a mis padres, si se enteran me montan la bronca por teléfono y me vienen a buscar!"

 

            2. Si es un niño inseguro, miedoso, con temor a enfrentarse a los problemas. Pensar ¡le mando al extranjero a ver si espabila!, ojo, tal vez es mejor enseñarle y motivarle para que incremente su autoestima y seguridad, no vaya a ser que se derrumbe psicológicamente en el extranjero y se encuentre solo y sin apoyo. O que no llegue a madurar en esas cosas y si "espabile" en otras que no interesa tanto a su edad.

 

            3. Si gasta más de la cuenta, no sabe ahorrar. No tiene sentido de la responsabilidad y del deber en los gastos en casa. Si es así, puede que no llegue a valorar el esfuerzo económico que va a suponer para vosotros costearle el curso en el extranjero.

 

            4. Si académicamente va mal, no es una solución esta decisión: ¡ Has sacado malísimas notas, te envío a Estados Unidos a ver si mejora tu rendimiento y por lo menos aprende inglés!. La experiencia es que regresan peor. Hay que tratar de reforzar su voluntad en el estudio y el esfuerzo y después tendrá la autonomía suficiente para desenvolverse en otro país.

martes, 21 de febrero de 2012

¡TODO LO TENGO QUE HACER YO!

"Siempre con el agua al cuello, que si los médicos de los niños, la lista de la compra, planificar las cenas y comidas, repetir a mis hijos continuamente que ordenen sus cosas, estar como un chofer llevándoles de aquí para allá… la verdad, no descanso en casa, prefiero estar fuera". Seguro que a más de una o de uno, esta situación le resulta familiar. Las tareas de la casa agotan, máxime si uno tiene la impresión de que lo hace una (o uno) y que su cónyuge o sus hijos no hacen nada.

¿Cómo conseguir y gestionar un hogar de manera que todos descansen y se sientan a gusto en casa? Todos los miembros de una familia necesitan aprender a crear hogar, producirlo y mejorarlo. Es aconsejable enseñar a los niños desde pequeños a controlar, por ejemplo, el carácter en casa -que es una habilidad para crear hogar- a hacer pequeños encargos de la casa, sabiendo que él es el responsable único de esa tarea o planificar entre todos el modo de descansar los fines de semana.
Cinco ideas para crear hogar:

1. Hablar con vuestros hijos de las diferentes tareas y definir encargos para cada uno.

2. Controlar, por un lado, el perfeccionismo, y por otro, la dejadez.

3. Tener una actitud positiva hacia las tareas del hogar y descubrir el lado divertido.
4. Poner metas realistas, sin querer hacerlo todo ahora mismo, por que no todo es urgente. El secreto no está en la cantidad de cosas que tenemos que hacer o en el tamaño de la casa, sino en el ambiente que queremos crear.

5. A principio de cada mes, podéis hacer una lista con las tareas domesticas de cada mes: la compra cada 15 días, la cita con el médico, comprar sábanas, arreglar algo roto, etc…

Y recuerda, mucha paciencia, ya que como dice el refranero popular en todas las casas cuecen habas… y no sufras que la "familia 10" ó "familia perfecta" no existe, la mejor siempre es la que uno tiene, pero mejorándola cada día.

jueves, 9 de febrero de 2012

HUELGA DE HAMBRE

¡Comprame el juego de la Play, Mamaaaaaaaa!. Pataleta, cara de pucherito, al suelo a llorar, seguido de una retaíla de continuos chantajes... "¿si me voy a la cama puntual me lo compras?"... ¿quién no ha vivido o ha visto esta escenita alguna vez?.

Que los niños pidan caprichos está dentro de lo probable en el transcurrir de su desarrollo. Lo importante es que los padres apliquemos el sentido el común y no concedamos aquellas cosas que no son necesarias o que no se las ha sabido ganar.

Educar no es condescender ni guiar con vehemencia, sino encauzar y sacar dentro de cada uno lo valioso que posee. El capricho mina la voluntad, la debilita, hace a la persona inconstante y débil; la convierte en esclava de sí misma y esclaviza además a quienes están a su alrededor.

Echar un pulso

El niño a esta edad quiere comprobar cuál es vuestra capacidad de aguante, cuántos llantos y qué volumen estáis dispuestos a tolerar para que él consiga lo que quiere. Mientras más seguros estemos de nuestro papel de educadores, más fácil nos resultará que no nos tomen el pelo.

Tres ideas para identificar y encauzar los caprichos para evitar que no acaben en huelgas de hambre:

1. Si tu hijo después de una tarde de club patalea en el hall de entrada para seguir jugando en el Tami, con cariño y paciencia le explicas que habíais quedado a esa hora en recogerle y que otro día seguiríais, ya que es un capricho que no es necesario consentir, aunque no pasa nada si extraordinariamente cedemos cinco minutos, pero no debe ser ésta conducta la habitual.

2. Si les damos responsabilidades en casa, encargos, crecerían en autonomía, y mientras más autónomos menos caprichosos, ya que si tu hijo descubre el placer de hacer las cosas por sí solo, no te pedirá que las hagas.

3. Recuerda por último, que al ceder a los caprichos del niño, estamos dando una buena razón para seguir haciéndolo.     

jueves, 2 de febrero de 2012

¿MI HIJO, PETER PAN?... NO, GRACIAS

A medida que un niño va creciendo, su maduración se concreta en mayor autonomía. A veces, con el paso de los años, sobre todo si la madre o el padre han evitado a su hijo cualquier dificultad, se sorprenden de que sus reacciones, a pesar de la edad, son todavía muy infantiles, interesadas, egoístas o poco recias. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué es nuestro hijo distinto de los demás? No, no es distinto de los demás. Simplemente no se le ha enseñado a valerse por sí mismo. Todo, en esta vida, se aprende con ejercicio; también la maduración requiere un entrenamiento, una preparación progresiva.
A veces nos sorprenderá ver que chicos de 18 años no han adquirido todavía algunos hábitos fundamentales. Sin duda, convendrá enseñarles –y exigirles– estos hábitos, pero no será una tarea fácil. Sin embargo, si se han adquirido en la infancia, mantenerlos después de las turbulencias de la pubertad, será relativamente sencillo.

Algunos de los hábitos que un socio de Trassierra puede ir adquiriendo, progresivamente son:

-Levantarse puntual, hacer la cama y doblar y guardar el pijama.

-Limpiarse los dientes (aseo personal).
-Recoger el desayuno.

-Despedirse de mamá, con un beso y saludar al llegar a casa.

-Ir en medios propios de transporte.

-Organizarse los trabajos escolares (deberes).

-Prepararse él mismo la merienda.

-Preparar la cartera para el día siguiente o hacer la maleta cuando va de excursión.

-Ducharse sin que tengan que recordárselo.

-Doblar la ropa antes de ir a dormir y limpiarse los zapatos.

-Leer un buen libro.
-Intervenir, opinar en las decisiones de los planes familiares.

-Hacer él mismo las compras básicas.

-Dar cuenta del uso del dinero y tener sus ahorros.

-Utilizar correctamente los cubiertos a la hora de comer.

-Comer de todo, sin caprichos infantiles.

-Ordenarse su armario y su habitación.

-Escribir una carta, felicitación de navidad o una postal a sus amigos y parientes.

-Contestar el teléfono y tomar bien los recados.

-Ayudar en las tareas domésticas.

-Hacerse él mismo la maleta 

Y muchas cosas más que con un poco de ingenio podéis ir proponiéndoos… así que coge un lápiz y empieza a tachar las cosas que ya hace y subrayando las que va a empezar a hacer en pocos meses el cambio será notable. 

martes, 24 de enero de 2012

MENTIRAS PUERILES

Cuando descubrimos que nuestros hijos nos han mentido por primera vez, será, de ordinario, en cosas de poca importancia. Sin embargo, como siempre en educación, hay que saber llegar a tiempo antes de que las "mentiras sin importancia" se conviertan en un hábito, es decir, en un vicio.

¿Porqué empiezan a mentir?
Al salir de la niñez se encuentran entre dos aguas: por un lado los padres -que continúan pensando que son todavía niños- y por otra los amigos -a los que tienen que demostrar que ya son mayores. Tienen que quedar bien con ambos bandos y, para ello, hay que mentir si es preciso.

Si ante las primeras mentiras, conseguimos asentar una buena base sobre la confianza, la verdad y la mentira, habremos logrado, muy probablemente, que en el futuro sean personas veraces.

¿Cómo conseguir que no mientan?
1. Ante un plan que os proponga, no os quedéis en un NO a secas, razonar con él por qué creéis que no es conveniente para él.

2. Cuidar el ejemplo que le dais. Si le decimos a nuestro hijo que no le diga a Papá tal cosa, estaremos ejercitándole en la mentira.
3. Hacerle atractivo el valor de la veracidad. Decir siempre la verdad, tener palabra, nos hace personas en las que se puede confiar. Hazle ver que la amistad es incompatible con la mentira.

4. No etiquetéis ni dejéis que los demás hermanos le pongan el sambenito de mentiroso o embustero. Mostrarle confianza en que va a dejar de mentir, porque "esa" no es su forma de ser autentica, sino un incidente pasajero.

5. No maximizar el error. Consideremos cada mentira como una metedura de pata e invitémosle a rectificar. Cuando le pillemos en una mentira, y lo reconozca, valorar más el hecho de haberlo reconocido.

¿Y cuando le pillo le castigo?
Si le castigamos, su miedo se retroalimenta. Hay que saber por qué ha mentido, cuál ha sido su miedo. No caer en el tremendismo: "me has fallado", "ahora que volvía a confiar en ti", "mira que mentir a tu madre". Hacerle ver mejor qué hubiera pasado (a la larga) si hubiera dicho la verdad. Y destacar que es positivo que le hayáis pillado porque de este modo podéis renovar la confianza puesta en él.