martes, 2 de octubre de 2012

Señores de sí mismo

Combatir contra uno mismo es la batalla más difícil y, junto a ello, vencerse a sí mismo es la victoria más importante. A la inteligencia corresponde regir la conducta humana, y esto constituye una pelea diaria contra todo lo que en nuestra vida debe mejorar.

Debemos otorgar a la inteligencia y a la voluntad, ese señorío sobre los actos todos de nuestra vida. Repasemos, como antes, unos cuantos detalles prácticos sobre ese señorío personal, aplicables al chico de esta edad.

Serenidad y equilibrio. Tiene múltiples manifestaciones en la vida diaria. Que sepa mantener la atención en varios frentes sin aturdirse. Que sea capaz de tener dos cosas a la vez en la cabeza. Que no se enfade y patalee cuando no le salen las cosas, o si sufre un pequeño contratiempo. Que no pierda la cabeza por cualquier tontería.

Paciencia. Que aprenda a esperar, a dar tiempo al tiempo. Como siempre, además, suelen ser precisamente los más impacientes y los que más exigen a los demás, quienes luego más transigen consigo mismo y con más facilidad justifican todo lo que hacen, incluso aquello que verían mal si lo hicieran otros.

Elegancia ante el fracaso o el triunfo. Que no sea de ésos que se les suben a la cabeza los primeros éxitos, y se hunden luego al mínimo contratiempo. Si se viene abajo lo que está haciendo, que vuelva a empezar sin nerviosismos. Que conserve la calma cuando todo va mal y los demás pierden los papeles.

Nobleza. Lealtad. Señorío ante el agravio. Que sea leal con sus amigos. Que mantenga su palabra. Que no recurra al insulto o a la venganza ante lo que le afrenta. Que aprenda a defenderse del agresor sin entrar en su juego de injurias y de mentiras. Ha de evitar la murmuración, que tiene unos efectos demoledores en cualquier ambiente, y más en el familiar.

Acostumbrarse a hablar bien de los demás, en cambio, es una costumbre muy recomendable. Todavía recuerdo con emoción el funeral de aquel viejo amigo, excelente profesional fallecido en accidente de tráfico; al terminar, uno de sus compañeros comentó: "Mira, le tenía una gran estima porque sabía hablar bien de la gente; llevo dieciocho años trabajando a su lado y jamás le he oído murmurar de nadie".

Rechazo de la envidia. A muchos chicos les viene la tristeza por las rendijas de la envidia, porque se alegran de los fracasos de los demás y en absoluto sufren con sus dolores o preocupaciones. No les sucedería así si cortaran de raíz cualquier asomo de desazón o de celos por esta causa. Hay que alentar en ellos un espíritu noble y generoso que les lleve a gozarse de las alegrías ajenas.

Borrar el resentimiento. Otro de los peligros de ese mundo interior enrarecido de que hablamos es que sirve de caldo de cultivo de agravios y rencores de todo tipo. Se crea así un ambiente cerrado donde a veces sólo se mantiene el recuerdo de las afrentas y de los desplantes. Hay que enseñarle a perdonar y a olvidar, que son llaves de entrada a esa preciada paz interior.



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