martes, 16 de octubre de 2012

La Historia de Nacho

Nacho era un chico de doce años, inteligente y buen muchacho, a quien tuve oportunidad de tratar más de cerca en un campamento, durante las vacaciones escolares. En este régimen de vida queda muy de manifiesto la forma de ser de cada uno, y Nacho enseguida se reveló como personaje caprichoso, que se enfadaba continuamente en el deporte y en los juegos, no quería ayudar a recoger las mesas, resultaba bastante antipático a sus compañeros, se las arreglaba para hacer siempre lo menos posible...; en fin, un desastre.

En contra de lo que pudiera pensarse, sus padres eran excelentes personas. Hablé con ellos. Me decían: "Mira, Nacho es un chico excelente, con muy buenos sentimientos, está lleno de valores positivos por dentro. Por el corazón te lo ganas siempre que quieras...".

Al hablarles, con enorme delicadeza, de lo que en el campamento se había visto, se mostraron contrariados y apenas admitían que tuviera ninguno de esos defectos que tan patentes resultaban. La defensa que hacían de sus supuestas virtudes era demasiado vehemente. Ver lo positivo de un hijo es algo natural, y bueno, pero se trataba de encontrar el modo de ayudarle, y estaban poco abiertos a admitir nada distinto de lo que ellos pensaban.

Al final bajamos al detalle de cómo actuaba en casa. Fueron saliendo cuestiones concretas muy reveladoras. Por ejemplo:

• Habitualmente era papá quien ponía la mesa mientras Nacho veía la televisión.

• Era mamá quien dejaba la plancha para acercarse a abrir la puerta porque el chico estaba muy atareado con sus juegos en el ordenador.

• Suspendía habitualmente varias asignaturas, pero achacaban esos resultados a injusticias de los profesores y a la mala suerte.

• Comía a su capricho, y con pocas excepciones.

• Cuando llegaba a casa dejaba todo tirado. Para recogerlo estaba la atenta solicitud materna.

• Ellos casi siempre cedían sin apenas resistencia.

• Tanto papá como mamá le hacían frecuentes consideraciones sobre su reprobable actitud, pero –insistían "no podemos forzar al chico, tiene que salir de él".

Es preciso dar ejemplo a los chicos, motivarles y hacer nacer en ellos ideas positivas, sí. Pero eso no equivale a consentirles todo mientras se espera la llegada de esas iniciativas. No se trata de introducir en la casa una disciplina militar, pero no es formativo que de modo habitual no ayude en nada, que nunca pueda hacer pequeños recados, o darle siempre la razón, o permitir que haga siempre lo que le dé la gana. Tan equivocado es ser excesivamente severos como excesivamente tolerantes.

Es mejor plantear esa batalla en términos positivos: que sea él mismo –que bien puede ya a esta edad – quien se haga la cama, se cepille los zapatos, ayude a poner o quitar la mesa, pase el aspirador por su habitación, ordene su armario, o trabajos por el estilo. Son cosas que influyen mucho en la consolidación de un buen carácter y que repercuten siempre de modo favorable en el ambiente familiar.

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